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martes, 1 de agosto de 2017

El postergado fin de la libreta



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  El postergado fin de la libreta, el mayor símbolo del igualitarismo en Cuba















Héctor Velasco
De un extremo a otro de la isla, cada cubano está seguro de que este viernes habrá un mínimo en su mesa gracias a una libreta de abastecimiento. Cuando Raúl Castro quiso acabar con este símbolo de igualitarismo y escasez, fracasó.
Castro terminará el 24 de febrero su mandato de 12 años, y nada hace pensar que la libreta se irá antes que él.
Detrás del frustrado intento de desmontar este sistema, asoma un desafío mayor para el país socialista: abrir la economía sin volver al capitalismo, el camino iniciado por Raúl Castro y que deberá seguir el sucesor que nombren los líderes comunistas.
¿El mayor logro de la Revolución cubana o su carga más ineficiente y onerosa? La libreta retrata las diferentes visiones que caben en la Cuba actual.
Corría 1963. Cuba había expropiado bienes estadounidenses y comenzaba a padecer el castigo del embargo aún vigente. Llegó el desabastecimiento y la Revolución lanzó una medida de guerra: el subsidio y racionamiento de alimentos.
Desde entonces, sin distingo, cada hogar recibe al mes algunos alimentos básicos por los que paga una décima parte de su valor en el restringido mercado libre. Con un salario mensual promedio equivalente a 29 dólares, completar la canasta es difícil.
Cuando la Unión Soviética y sus ayudas desaparecieron, Cuba entró en una cauta y lenta apertura económica que amplió Raúl Castro.
Al año son más de 1.000 millones de dólares en este subsidio de alimentación para 11,2 millones de habitantes. En 2011 Castro justificó la eliminación gradual de la libreta, porque además de ser “una carga insoportable” para el Estado, desalienta el trabajo y genera “ilegalidades”.
En Cayo Granma, en el oriente de Cuba, viven 1.200 personas, la mayoría son pescadores. De la única tienda sale gente con bolsas sin llenar, y algunos con un pan en la mano.
Dice Noel Santiesteban, un profesor jubilado de 65 años, en silla de ruedas, que la “tarjeta” es “la garantía de que vas a tener, aunque sea un poquito, que llevar a la mesa”.
La libreta languidece. Ahora llegan algunos huevos y raciones de aceite, arroz, azúcar, frijol, pan, pollo y café, que máximo alcanzan para dos semanas. Antes incluía hasta cigarros.
“Esto no hay que verlo como una derrota, pero la libreta va perdiendo su significado”. Santiesteban recibe el equivalente a 12 dólares al mes y cree que la economía deberá mejorar para que “se vaya la libreta”.
¿Qué sentirá entonces? “Como cuando se va una novia vieja, que uno no quería que se fuera, pero que se alegra de que se haya ido”.
Esther Rodríguez y su esposo cultivan mangos y crían cerdos en El Caney, una de las montañas más altas del oriente cubano. El Estado les compra la mayor parte de la producción. Una buena cosecha anual deja hasta 125 dólares.
Esther tiene 61 años y una libreta para cuatro personas, pero en su vivienda de cemento, comen dos. “Fue lo mejor que pusieron porque todo el mundo come. La quitan y va haber problemas otra vez”.
¿Y si la dejan para los más pobres? Sería “dividir al país en dos, uno con libreta y otro sin libreta, y Cuba es una sola, es todo el mundo o nada”, responde. El 70% de la población nació bajo la Revolución cubana.
Luis Silva es el humorista más famoso de Cuba. Tiene 39 años y encarna a Pánfilo, un jubilado mordaz a quien millones siguen por TV. El año pasado actuó con Barack Obama en un episodio grabado durante la histórica visita del exmandatario.
En uno de sus espectáculos en vivo, en La Habana, Pánfilo canta “pon a la libreta en un panteón/que ya cumplió su función”. El público ríe.
“La gente ya la tira un poco al olvido. Todavía se sigue usando, por supuesto (…), pero me parece que nadie puede vivir con lo que dan” por la libreta, afirma.
¿Desaparecería un símbolo del igualitarismo? “De alguna manera hay una desigualdad antes de desaparecer. No ha desaparecido y ya hay gente que no le interesa la libreta, no coge nada” de lo que trae, reflexiona.
En su casa, asegura, todavía se utiliza “la libreta de racionamiento”.
“Es un sistema bastante obsoleto”, opina Pavel Vidal. “Un fósil”, recalca Mauricio de Miranda. Ambos son economistas y académicos cubanos radicados en Colombia. Sostiene el primero que Castro no acabó con la libreta porque es una medida impopular. Y argumenta: el Estado emplea el 70% de la fuerza laboral y mientras la economía y sus salarios no mejoren, dependerán de los “subsidios universales para no caer en la miseria”.
De Miranda cree que sería preferible subsidiar a quien lo necesite, y no al producto. “¿Qué sentido tiene permitirle a una persona que tiene relativamente altos ingresos que compre unos huevos baratos?”. Pero aun así, agrega, Cuba no cambia el sistema porque vive inmersa en el cálculo económico y el costo político.
“Es una medida que se ha ido posponiendo y quedará para la próxima generación de líderes cubanos”, remata Vidal

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