QUE EL ÁNGEL DE LA JIRIBILLA LOS ACOMPAÑE.

domingo, 9 de julio de 2017

NOSOTROS Y LA LLUVIA DE ORO.


A Jorgito, en su cumpleaños.


Resultado de imagen para LA LLUVIA DE ORO CUBA CAFERÌAEran los noventa, los años terribles del Período Especial y el hambre acuciante. El taller literario había dejado de existir y el mismo Marcelo vivía en su exilio de Tampa. Pero nosotros seguíamos aferrados a La Habana, sostenidos a una ciudad que ya no podía cobijarnos. No lo sabíamos, pero nos quedaba poco tiempo en la Isla: poco a poco, el grupo se iría no marchitando pero sí desgranando. Pero todavía sobrevivíamos en aquel rinconcito de sueños, literatura y té que significó para nosotros los encuentros, casi diarios, en La Lluvia de Oro. Después lo sabríamos: ahí también se reunieron, en su tiempo, los origenistas. Nuestra razón era más sencilla: era el único lugar de La Habana en que todavía se podía tomar té. Sin una cita previa, sin  guion prefijado ni hora fija, íbamos llegando a nuestra propia lluvia y a nuestros felices encuentros.

Jorgito era, casi siempre, el primero. Todavía estábamos juntos pero la Lluvia fue también cómplice de nuestra ruptura y de la presentación de nuestras nuevas parejas. Yo llegaba, o con él o saliendo de La Cabaña, donde trabajaba entonces. Los habituales no se demoraban: Almelio, en cuanto salía de su trabajo en Neptuno; Pedro, de su consultorio médico en La Habana Vieja; Juan Carlos, sudando desde su legendaria Alamar. A veces venía Carlos con su novia, Carmen; Fowler, Rolando,  Ponte, Morán –casi siempre-  o cualquier otro esporádico que por ahí andaba. Ismael y Rafael, bastante a menudo. De los no literatos le tocó tal privilegio a Virgilio, David, Hortensia; alguna vez, Isabel, Rubén. Se hablaba de todo pero, por paradójico que parezca, no de política: esa quedaba para la casa, las discusiones a puertas cerradas, el asombro por la caída de la URSS. Allí, no. Sitio sagrado por la aureola literaria, La lluvia acogía, como antaño, a una generación literaria que prometía. ¿Dónde quedaron tantos sueños, discusiones, fragmentos leídos? ¿Dónde quedó Darío y las hormigas? Entre buches de té y promesas de futuro concebimos, sin saberlo, una pequeña ciudad letrada. La literatura era nuestra religión, nuestro alimento y nuestro sostén.

Los origenistas se aferraron a nuestra tierra y crearon la más grande generación –o grupo, no voy a discutir los términos- que haya visto nuestra Isla. Ellos tenían un líder, un proyecto, sueños de juventud y fe. Los unía Dios y no los separaba ni el Diablo. A nosotros nos unía un diablillo –o era quizás el ángel de la jiribilla y no lo supimos entender. Nosotros carecíamos de casi todo pero, sobre todo, estábamos seguros que nuestro camino era el exilio. Tristemente, nunca fuimos ni grupo ni generación: éramos amigos –o novios- surgidos en la literatura y la idea fija, morbosa casi, de la partida. Al fin y al cabo, ni Martí ni Heredia vivieron en Cuba. Al fin y al cabo, es muy hermoso tener veinte años, vivir en París –o en despojada Habana-  y dormir debajo de un puente.

Y nos fuimos desgajando, a cuentagotas, incluso los no literatos. Hoy miro a mi alrededor y me espanto ante la lista: Carmen, Pedro, Jorgito, Ponte, Rolando y Almelio en España; Virgilio, Morán y Rubén en EU; Carlos en Praga; yo en México. A eso habría que sumarle toda la pléyade de escritores cubanos de la misma época que no frecuentaban La Lluvia y viven hoy fuera de Cuba –pienso en Odette, Amir, Rafael (Rojas) y tantos otros, extraviados en la geografía.

Lejos de Cuba, siguen haciendo literatura. Cada uno a su forma. Cada quién cómo puede. Pero no tenemos lluvia. Y nunca tuvimos oro.

QUE EL ÀNGEL DE LA JIRIBILLA LOS ACOMPAÑE