QUE EL ÁNGEL DE LA JIRIBILLA LOS ACOMPAÑE.

martes, 19 de julio de 2011

EL SILENCIO DE LA LLUVIA











La culpa es de la lluvia
el sonido del viento
mi cuerpo desnudo de esperas
la lluvia y yo
el viento y los deseos
una gota que cae en el asfalto
rocío multiplicado
llamarada que se estremece
la lluvia y los años dormidos
mi cuerpo
lluvia que se estremece en la espera
viento que asesina anhelos
no lo sabes
nunca lo has sabido
enllueve en mis dolores
sucumbe el viento en mi espera
soy yo la que no soy
entre la lluvia, el viento y tu silencio
búscame en la sequía
abandóname en el huracán
no importa
siempre tendré el silencio de los charcos
y la música del goteo

YAMILET GARCÍA ZAMORA
19 de julio de 2011

martes, 12 de julio de 2011

EL BISTÉC DE PALOMILLA

Mis amigos y yo decidimos ir ese día a un restaurante en pesos cubanos. Me habían dicho que en La Habana ya existía un pequeño grupo de lugares en los que se podía pagar en moneda nacional. Y el antiguo Club 21 era uno de ellos. Quisieron invitarme, tener conmigo un gesto de correspondencia, no obstante que sus salarios –y hablo de tres profesionales de la Literatura- no les permitía esos lujos. Pero yo estaba de visita, era noviembre de 2009 y nadie sabía cuándo iría de nuevo.
En el menú, una sorpresa: ¡bistéc de palomilla! Sólo había llegado Ángela, mis otros amigos todavía no se aparecían. Llena de terror, Ángela le preguntó al camarero si podía apartar cuatro bisteces, ante el temor que el suculento plato se acabara. La respuesta me dejó más anonadada que la petición: “No, no puedo, porque cuando se acaben los bisteces y le diga a la gente que ya no hay y, después, saque los de uds, me voy a buscar tremendo lío. Les sirvo ahora a uds. dos y después que sus amigos coman lo que haya o se esperan y si se acaban, mala suerte”.
Me ataqué de la risa. Ángela, estupefacta, me dijo: “No sé de qué te ríes”. ¿Cómo explicarle que en cualquier lugar del mundo, en un restaurant, es muy, pero que muy difícil, que se acabe un plato? ¿Cómo decirle que el “suculento” bistéc me era totalmente indiferente, porque lo como muy a menudo? ¿Sería pertinente hacerle ver el absurdo alimenticio de un país donde, si no llegas a la hora en que abren los establecimientos, se acaba la comida? ¿Para qué entrar en discusiones, ante su manifiesta angustia por la posible ausencia del bistéc? Me encogí de hombros y entre risa y risa, le dije: “Me tengo que reír porque yo mañana regreso a México”. Entendió perfectamente lo que encerraba esa frase y no insistió, pero siguió acongojada ante la impuntualidad de los amigos y la muy cercana posibilidad de no comer bistéc.
Salimos como a las tres de la tarde. A esa hora, ni sombra del codiciado manjar pero, por suerte, el resto del grupo había llegado a tiempo –casi casi tuvimos que correr detrás del camarero y arrancarle de las manos unos escuálidos y resecos trozos de carne. Pero en la esquina, en un restaurante en CUC, las mesas estaban rebosantes de palomillas y todos sus primos y hermanos.

viernes, 1 de julio de 2011

EL TÁBANO, ¿LIBRO OLVIDADO?


Entre las lecturas de mi casi niñez- debía yo tener unos trece años la primera vez que lo leí- se encontraba El Tábano, obra de Ethel L. Voynich (1864-1960). Llena de un romanticismo revolucionario muy difícil de encontrar en la literatura europea del siglo XIX –ya los héroes románticos latinoamericanos se encargarían de asumir todos los ideales libertarios en un continente que luchaba por su emancipación-, la historia apasionante –y apasionada- aventurera, anticlerical y trágica del joven Arturo llevará al lector de la mano por los senderos oscuros de la venganza y el dolor del amor no correspondido. Arturo será traicionado por sus amigos, su confesor, el cura que siempre admiró –y que, paradójicamente, es su padre prohibido- y en su pecho anidará un odio sin panaceas hacia la Iglesia y la religión. De católico ferviente, su alma transitará por el infierno del odio para transformarse en el ateo radical que no perdonará las flaquezas humanas a una Humanidad que lo condenó al odio, el cinismo y el sarcasmo.
El Tábano es un hombre que ha perdido la confianza en el prójimo y se esconde tras una supuesta máscara de frialdad que oculta su gran amor: el cardenal Martinelli, su padre biológico. Esta dicotomía amor-odio lo hace padecer más que sus propios dolores físicos. Convertido por los hombres en un adefesio, marcado por las burlas y los golpes, Arturo lucha de forma casi paranoica por el único ideal que le queda en su vida: el amor a la patria ocupada por el extranjero. Como antaño Edmundo Dantés, Aturo quiere venganza. Y la busca, tratando de destruir al impecable, casi santo Martinelli. “ Creía en usted, como creía en Dios. Dios es una cosa hecha de barro que yo puedo deshacer con un martillo; y usted me ha engañado con una mentira”
Arturo no puede perdonar porque su odio es más fuerte que cualquier sentimiento de condescendencia. Y como todo héroe romántico, deberá morir. Pero el sacrifico lo decidirá su propio padre, que lo llevará al pelotón de fusilamiento como antes lo llevó a una fuga suicida.
No es esta una novela que suele nombrarse en los círculos universitarios. No es considerada un clásico de la literatura. Para muchos, el nombre de la autora irlandesa es totalmente desconocido. ¿Cuál podría ser, entonces, su gran logro? ¿Por qué dedico estas páginas a una obra menor?
El estilo de El Tábano es sencillo: historial lineal, descripciones plagadas de imágenes románticas clásicas, diálogos extensos y detallados. No hay originalidad estética. El Tábano es una especie de Conde de Montecristo, sólo que muy romántico y revolucionario y sin la suerte del primero. Su vida está marcada por la venganza, a tal punto que en ocasiones opaca su labor revolucionaria. La novela cabalga entre el romanticismo más genuino, con vestigios de naturalismo y pinceladas de lo que se llamó Realismo Socialista –ya para esas fechas Máximo Gorki había escrito muchas de sus obras. Es, evidentemente, un texto de transición entre dos siglos, donde se fusionan varios períodos literarios. Profanamente anticlerical y radicalmente apasionada, El Tábano nos puede despertar pavor, lástima, admiración, horror, condescendencia: mezcla de sentimientos sobre la crueldad humana, los ideales que se desmoronan –el creyente que es burlado por su propia religión- o los que nacen con fuerza en el duro bregar –el ansia de independencia. Porque ese hombre sin juventud, sin amor, perseguido por los fantasmas de sus penares, es también un hombre del siglo XXI. A la niña de 13 años, el Tábano le parecía un héroe de leyenda que moría por sus ideales. A la mujer de hoy, 32 años después, el Tábano le despierta una conmiseración sin límites.
“Padre, ¡este Dios suyo es un impostor; sus heridas son falsas heridas, su dolor es una farsa!... ¡Si pudiera, por lo menos, saber lo que ha sido mi vida! ¡Y no obstante, no me he muerto! Lo he resistido todo, y he llenado mi alma de paciencia, porque yo volvería y lucharía con ese Dios suyo. He mantenido este propósito como una coraza junto a mi corazón y eso me ha salvado de la locura y de la segunda muerte. Y ahora, cuando vuelvo, lo encuentro todavía en mi lugar… ¡esa flasa víctima que fue crucificada durante seis horas, ciertamente, y se levantó de nuevo entre los muertos! Padre, he sido crucificado durante cinco años, y también he surgido entre los muertos. ¿Qué va usted a hacer conmigo?"