QUE EL ÁNGEL DE LA JIRIBILLA LOS ACOMPAÑE.

sábado, 28 de marzo de 2009

ARRIBA INDUSTRIALES


“¡Arriba Industriales!”.

A mis vecinos de Reina 312.
A mi padre, industrialista de pura cepa.

Son las diez de la noche. Mi padre se ha cansado de vociferarle al televisor “ Comemierda, esa jugada es de corrido y bateo “ “ Me cago en la Virgen- pobre Virgen, siempre en los sacrílegos labios de mi padre- qué coño hace este maricón dirigiendo el equipo, tiene que mandar a robar la segunda” “¡Quita al piche, idiota, le están cayendo a palos! “. Diez de la noche. Como siempre, Industriales pierde 1 por 0 frente a Santiago de Cuba, noveno ining, el clásico de la pelota cubana. Mi padre, definitivamente berreado, lanza su anatema final “¡Esto es una mierda! Me voy a dormir”. Y apaga el televisor. Yo espero tranquilamente que se vaya y vuelvo a encenderlo. Ya conozco estas pataletas y aunque me interesa que mi equipo gane -yo sí soy industrialista hasta la muerte- más me interesa ver a Javier, Dios, me derrito con Javier y su guantazo. Rafael, mi vecino, se burla de mi “Allá va tu cochinito, mira cómo corre, no puede el gordito”. Yo me río y no le hago caso. Es cierto que está un poco gordito pero eso no le quita sabor. Para gustos... libritas. Mira a Alitriz, mi otra vecina, dando gritos amorosos por Padilla, el flacundengo “Dale, Padilla, qué lindo, mira qué lindo”. En mi edificio uno se entera de todo, desde los gustos beisboleros hasta las preferencias sexuales de cada quien.

Industriales va a la defensiva. Veo a Javier allá, en el center field y no le pierdo ni ojo ni pisada. Sobresale en este equipo porque es blanco y de ojos azules. Eso es lo que más me gusta: sus ojos. En un equipo de la capital, lleno de chocolaticos por todas partes -así le digo a Pedrito, mi vecino, mi hermano que nació de noche- Javier y Padilla son la excepción. Y son, también, los jugadores del momento. Pero Javier, el seguro Méndez -pobre Javier, que nunca ha hecho el equipo Cuba, a pesar de sus magníficas temporadas- corre hacia adelante, se lanza sobre ese largo batazo al centro del terreno, coge la pelota y detrás, el guantazo, el orgiástico, masculino, arrebatador guantazo. El Latino ruge, la gente patalea, Armandito el tintorero baila, grita, canta. “Ahora soy el rey, si te gusta bien y si no también “. Industriales sigue perdiendo pero al menos este año puede ser el campeón de la Liga. Tercer out. Final del noveno. Ésta es la hora de los mameyes.

Cierro los ojos. Javier al bate. Lo toma entre sus dedos y lo acaricia. Me mira a través de la pantalla, tiende su mano y me sonríe. Javier abre mis piernas y señala la marca del bateador en el piso. Yo me arrodillo en el cajón de bateo. Sé que detrás está el umpire y el catcher pero no los veo. Sé que hay más de 50 000 personas atentas -no a mi, sino a Javier- pero no los siento. Alzo los ojos hacia él, bate y hombre, pene y bate, piernas y pene, pinga, eso, una mamada, al bate, a la pinga, a las piernas, a todo el equipo Industriales que pierde - y no puede perder el campeonato, no esta vez, no otra vez. El televisor ruge y abro los ojos, sobresaltada. Javier ha tomado posición de toque y me parece oír la voz de mi padre, que dormido sigue en el juego “Bestia, animal, cómo vas a mandar tocar al cuarto bate, estás perdiendo, esto es pelota de manigua “. Javier toca la pelota, toque perfecto, pasa al pitcher, pasa al de primera, no llega nadie, se ha armado el despelote. Javier en la inicial.

“Esto se está poniendo bueno “-pienso, ante la posibilidad de una carrera. El calor es agobiante, me corre el sudor por la espalda. El ventilador echa aire caliente, estas insoportables noches de verano en La Habana -siempre es verano en La Habana-, sólo se está bien en el muro del Malecón. Pero no hoy. No esta noche. Esta noche juega Industriales.

Javier se separa, ligeramente, de la base y me vuelve a mirar. Saca la lengua y se la pasa por los labios. No, por mi cuerpo, bebe cada gota de sudor, la chupa como sólo un vampiro del trópico sabe hacerlo. Siento su lengua que recorre cada escondrijo de mi piel y me vuelvo gelatina ante los embates de labios, lengua y manos, dedos prodigiosos, seguros no sólo con la pelota, el guante, el bate. Dedos que conocen el oficio de calmar sospechas y despertar victorias en el cuerpo de una mujer.

Jugada de corrido y bateo. Javier en segunda. El otro jugador, sacrificado en primera. Un out. La posibilidad del empate en segunda. Yo, calurosa y caliente, me revuelvo en el sillón. Pongo el ventilador fijo, directo a mi cara. “Juego no apto para cardíacos “- me digo, le digo a él, el de los ojos azules que me mira desde la intermedia y me susurra: “ ¿ Dónde nos quedamos? “. Claro, nos quedamos, a mitad de camino, pero sus manos ya siguen el recorrido iniciado, manos de mago, de cura que otorga el perdón y me hunde en el pecado. No puedo resistirme ante esa mano insinuante entre mis piernas y esos labios codiciosos en mis senos. Lo quiero tocar pero se me escapa o, más bien, se difumina entre la gritería del estadio. No importa, él no se inmuta, corre ligero a tercera y desde allí me lanza un beso.

Casi no me percato de la jugada, rolling entre primera y segunda, directo al jardín central. Hombre en tercera y primera. Ahora sí podemos ganar de verdad. Van a conversar con el pitcher. ¿Lo irán a quitar ? Javier no desperdicia el tiempo y se me acerca. Al oído, me murmura las más tiernas tonterías mientras su mano pinta arabescos en mi pubis. En mi pipi. En mi bollo. Es un pintor enfrascado en una labor de consagrado, dedos transformados en pincel, primero; dedos que aprietan la pelota, la lanzan, la atrapan de nuevo mientras los dientes abren surcos en mi pecho, mi cuello, mis ojos. Me convierto en savia entre sus brazos que me acogen justo en el instante en que el catcher y el manager se retiran del montículo. Van a dejar al pitcher. Javier, como niño furtivo, se aleja a su base con cara de travieso.

Me incorporo, jadeando y tomo de mi té, el que fue helado, ahora apenas tibio, con mucho limón y sin azúcar. De un trago, me lo tomo completo. Respiro más profundo. Si todos los juegos son así, de veras que cualquiera se muere. En el edificio nadie grita. Es una quietud engañosa, todos están prendidos al televisor -los que no fueron al Latino- esperando el milagro tan esperado. Un murmullo de insatisfacción, malas palabras, chiflidos: el séptimo bate acaba de meter la pata, fly a las manos de tercera. Nadie se mueve. Y dos outs. Nadie va a dejar batear al octavo -espero. Que no salga el octavo- imploro. Por favor, haz algo bien esta noche, estúpido manager -grito, tan caliente como la noche que se escapa en el rugido de las gargantas de los habaneros. No, sale un emergente, al fin algo bien hecho, vamos, arriba, Industriales.

Javier se remueve en tercera, salta, no me mira. Concentrado, se prepara para el asalto final a mi cuerpo, al home, al triunfo. El batazo es un meteoro que se abalanza al left field. El jardinero corre hacia adelante, corre como Javier al home, corre... la pelota pica, se extiende, a volar, locura, éxtasis de una ciudad apasionada que sueña y muere con su equipo. Yo también grito, con más deseo que nadie. Javier ha entrado con el empate, recoge el bate, detrás de él los otros, no sé, él me mira, me tiende el bate, su pinga a mis pies, su triunfo entre mis piernas, en mi, dentro de mi, con movimientos sin fronteras, corriendo las bases del desafuero, con el ansia y el poder del vencedor, con la fuerza y la esperanza del héroe. El público se ha tirado al terreno, Industriales es el vencedor este año. Y lo sé porque todo tiembla en mi interior, porque un hombre gime sobre la multitud haciéndome sentir las delicias de una entrega beisbolera. La Habana es un gran orgasmo. Suspiro, me relajo, le beso los ojos. No puedo negarlo. No tengo remedio. Al fin y al cabo, yo soy de Industriales.

lunes, 23 de marzo de 2009

LA PATRIA ES DE TODOS: EL CLÀSICO MUNDIAL DE BÉISBOL

Salimos de Cuba por diversas vías y por motivos disímiles que, al final, son los mismos, camuflageados. Entonces, comienzan los apelativos: gusanos, desertores -¿de qué guerra, me pregunto?- apátridas, quedados y un largo etc. No importa si eres balsero, o te fuiste por reunificación familiar. No interesa si te quedaste en una misión “oficial” –llámense médicos, deportistas, músicos, estudiantes. No interesan los pormenores o los deseos individuales. Para la retórica oficial, todos caben en la misma bolsa que estampa una huella de odio, separaciones, ajustes de cuentas. Los que pueden regresar, como turistas en su propio país, son “cubanos que viven en el exterior”. Cubanos, sólo cuándo y cómo interese; gusanos, el resto del tiempo. Y la nomenclatura varía sin leyes lógicas. Pero esos mismos cubanos residentes fuera de Cuba, desertores y apátridas de un país que, a pesar de los intentos, sigue siendo suyo; sujetos a caprichosas leyes absurdas, son los mismos que, en su gran mayoría, fueron a apoyar al equipo cubano de béisbol en el Clásico Mundial. Porque nadie me puede convencer que el lleno del Foro Sol, cada vez que jugó Cuba, eran los compañeros aguerridos de la Embajada. Allí vi rostros orgullosos, más allá de la política; gente que lucía con satisfacción los uniformes del equipo nacional. Un hombre con el pulóver de Industriales que me gritó, feliz al ver que nosotros también lo teníamos: “El mejor equipo del Mundo” Personas al borde de las lágrimas cantando el Himno Nacional. Qué importaba que ellos, los jugadores, vinieran de Cuba: Cuba no pertenece ni a un hombre, ni a un Partido ni a una ideología. Cuba es de todos los cubanos. El béisbol es nuestro, de las calles y no pertenencia exclusiva de los de adentro. Porque los de afuera estábamos allí, gritando y sufriendo como el más patriota. Y si los gobernantes de Cuba pudieran entender esto, nuestro equipo estaría en la final, formado por todos los cubanos, los de adentro y los de afuera. La Patria es de todos. Y el béisbol también.

sábado, 14 de marzo de 2009

EL GRAN MACHO LLAMADO ESTADO

EL GRAN MACHO LLAMADO ESTADO
Por Yoani Sánchez Generación Y
La Nueva Cuba Marzo 11, 2009

Con una saya muy corta y el teléfono celular adosado a la cadera, sale Yanisleidy de su casa en un populoso barrio de La Habana. Tiene diecisiete años y una visa para emigrar a Bélgica. Mira para ambos lados y se cuida de la policía, pues no quiere buscarse problemas faltándole tan pocos días para subirse al avión. Desde hace un par de años está metida en la prostitución, aunque no habla de sí misma en términos tan duros, pues junto al sexo ha dado cariño a varios clientes solitarios. Cumplir su sueño de irse de Cuba le ha costado mucho, pero se siente afortunada si se compara con su madre que jamás ha podido viajar ni a Camagüey.
Es una de esos jóvenes que debió ser “el hombre nuevo” o en su caso “la mujer nueva”. Aquella que habitaría una sociedad de igualdad y oportunidades para todos; pero el futuro terminó por desteñirse antes de llegar. Nació cuando ya no existía el mercado racionado de productos industriales y las adolescentes recibían sólo un paquete de compresas al mes para su período menstrual. Tampoco ha oído hablar nunca de la emancipación femenina, aunque fue enviada con cuarenta y cinco días de nacida al círculo infantil, para que su madre se pudiera incorporar al trabajo. No rebasa los veinte años y sin embargo, ya ha aprendido que sólo en la billeteras masculinas encontrará los recursos para vivir como ella quiere, con buenos zapatos, ropa de marca y una casa propia.
Yanisleidy era sólo un óvulo en el vientre de su madre cuando se pretendió eliminar de la sociedad cubana todos los vestigios de machismo y discriminación racial. Los dos propósitos fallaron y el de convertir a la mujer en una ciudadana de plenos derechos e iguales posibilidades se quedó en el papel sobre el que se redactan las leyes.
Es cierto que ni una sola cláusula de la Constitución, ni en una línea de los reglamentos laborales hay algo que promueva o acepte la subestimación de las féminas, pero la realidad es mucho más que cuños y resoluciones. Cincuenta años después de haber comenzado un proceso social que se propuso reformar toda la sociedad cubana, las mujeres siguen aguardado su turno en la abultada agenda de los necesarios cambios.
En los años sesenta era común verlas vestidas de milicianas, en los surcos de trabajo voluntario o rechazando el delantal para ir a cumplir la misión que su revolución les encomendara. Aquella zafra para cosechar diez millones de toneladas de azúcar, las encontró con el machete en la mano y el sombrero encasquetado hasta las orejas. Salían en las portadas de las revistas, sonrientes y confiadas del futuro, tan diferentes de la imagen señoril y reservada que sus madres habían mostrado en las fotos una década antes. Sucumbieron -como casi todo el resto de la población- a la ilusión de crear para sus hijos un país comunista y no se percataron que eran leños en la hoguera de un proyecto que tenía el apetito de miles de incendios.
Con el fracaso de la gigantesca cosecha azucarera llegaron unos años grises, feos, donde los soviéticos comenzaron a ser para esta Isla como el marido que pone el dinero y dicta las reglas. Cuba entera se emputeció a cambio de petróleo, protección y un puesto en el subvencionado mercado llamado CAMECOM. Para ese entonces mucho había cambiado en la vida de las mujeres. Ya no llevaban los apellidos de los maridos, podían acceder al aborto con la misma facilidad que se extrae una muela enferma y el divorcio había perdido todas sus connotaciones negativas. Las grandes movilizaciones agrícolas y militares, les propiciaron relaciones sexuales diversas y la virginidad comenzó a ser un estigma más que una virtud.
La implementación forzada del ateísmo hizo que la moral católica cayera en picada y el propio acto de casarse perdió sentido, ante la posibilidad de gozar de los mismos derechos en una unión libre. Eufóricas por tantas transformaciones en tan corto tiempo, las mujeres no se percataron de que a cada nueva cuota de libertad adquirida le colgaba la pérdida de algún derecho ciudadano. Así comenzaron a graduarse en las universidades pero les quedó prohibido fundar sus propios grupos para exigir más autonomía. Ya podían comprar un condón sin abochornarse, sin embargo nunca más lograrían manifestarse en las calles por los derechos que les faltaban. En fin, dejaron de ser las hembras serviles del hombre que tenían al lado, para convertirse en las trabajadoras domésticas de ese gran señor llamado Estado.
Llegaron entonces los ochenta con su ilusión de prosperidad, apoyada en el hombruno oso que nos miraba desde el Kremlin. Con apenas catorce años se entraba a la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) que no había logrado representar a las mujeres frente al poder, sino que bajaba hacia ellas las orientaciones acordadas en las masculinas oficinas del gobierno. Sus sonrisas de felicidad se seguían viendo en las fotos de los periódicos, pero ya el maquillaje de la utopía se había comenzado a correr a causa del cansancio. Estaban las tortuosas obligaciones domésticas para recordarles que las transformaciones no parecían tan profundas, ni la emancipación llegaba tan lejos como habían llegado a creer.
Con la caída del muro de Berlín y el desmembramiento de la Unión Soviética muchas féminas dejaron sus trabajos y regresaron a ser amas de casa. Les resultaba más rentable quedarse en el hogar apuntalando las mil necesidades de su prole y sus maridos, que lanzarse a la incertidumbre de un empleo pésimamente pagado. Tuvieron que recordar los trucos de las abuelas para remendar la ropa, que ya no tenía los precios subsidiados de antes. Muchas asumieron la docilidad que trae la dependencia económica. Poner un plato de comida cada día en la mesa se convirtió en un acto de magia que tenían que llevar a cabo con la poca colaboración de sus esposos. Repetidas veces no lograron completar el acto ilusionista de alimentar a la familia, pues la pérdida del “comercio justo” con los países de Europa del Este había dejado a toda Cuba como una divorciada, sin derecho a ningún patrimonio.
La prostitución regresó sin el repudio social que la había acompañado antes. Volvió bajo la mirada de complicidad de padres y maridos que vieron los jóvenes cuerpos femeninos trocarse en un ventilador o un nuevo colchón para la vieja cama. Antes de eso no había tenido sentido intercambiar sexo por objetos o servicios, pues –con excepción del periódico y el ómnibus- todas las otras cosas que se podían adquirir estaban racionadas en el mercado. Con la implementación de la dualidad monetaria y la apertura de las tiendas en dólares, los turistas encontraron a bellas cubanas dispuestas a alcanzar sus sueños materiales con el sudor de su pubis.
Mientras los descalabros económicos se sucedían, desde las tribunas un discurso bien macho seguía usando frases como “resistir”, “pueblo enérgico y viril” y “trinchera de ideas”. Con tanta testosterona verbal, terminaron por olvidarse sustantivos maternales como “prosperidad”, “reconciliación” y “tolerancia”. Ante la barba, el uniforme verde olivo y la enérgica consigna de “Socialismo o muerte” poco pudo hacer la ternura de la madre que quiere igual al hijo que está en el exilio que al otro que tiene al lado.
Paradas en una esquina de cualquier ciudad, hoy pueden comprobar que la mayoría de los conductores de autos son hombres, los niños van a la escuela especialmente con sus madres y las bolsas para buscar comida cuelgan -en un porciento muy elevado- de los hombros de las mujeres. De aquella búsqueda de la emancipación, les quedó una jornada laboral duplicada y el temor ante la evidente ausencia de valores morales en los que crecerán sus hijos. La poca natalidad infantil obligó a los hospitales a cerrar el grifo constante de los abortos y actualmente, sólo en caso de que el embarazo constituya un peligro para la vida de la madre o del bebé, puede practicarse una interrupción. Aunque en el parlamento se intentó poner cuotas destinadas a las mujeres, el verdadero poder sigue teniendo pelos en el pecho.
Muchas jóvenes como Yanisleidy, no quieren verse en el espejo de sus madres que al superar los treinta años han perdido los sueños y los proyectos propios. Son de una nueva generación y están más preocupadas por su estética: van al gimnasio y hacen dieta. No se han creído los cantos de sirena de la emancipación femenina pues han crecido en un ambiente donde el hombre es rey y poco sirve el oponérsele. Con su elevada formación profesional han comprobado que para una saya no hay las mismas oportunidades que se le abren a unos pantalones. Controlan mejor su fertilidad, no sólo porque los métodos anticonceptivos se han extendido en las farmacias, sino porque el acto de parir puede significar años de atraso en sus carreras laborales. Muchas ven el nacimiento de un bebé como el paso irreversible que les impedirá emigrar de este país que no sienten como suyo.
El marido dominante llamado Estado, se ha tornado decrépito y celoso. Ya no quiere alimentarles a las mujeres sus deseos de independencia, porque las necesita junto a la cocina. Frente al plato, ellas son el último eslabón de una infraestructura económica en bancarrota y deben hacer todo lo posible para que los tenedores y los cuchillos hinquen un trozo de algo cada día. Ya ni siquiera usan el verbo emanciparse, que tiene reminiscencias de fracaso conocido, de ilusión postergada.

Exclusivo en español para Convivencia. Publicado en versión al alemán en el periódico TAZ

miércoles, 4 de marzo de 2009

EL ÁNGEL DE LA JIRIBILLA

El próximo año se celebrará el centenario del nacimiento de una figura cimera en la literatura cubana: José Lezama Lima (1910-1976). La Morada no estará ajena a tan importante acontecimiento, por varias razones: porque Lezama es la representación genuina de lo cubano y porque pitibuchi pertenece al clan de los admiradores de su obra. A partir de hoy, subiré periódicamente textos alusivos a la cubanidad en la obra de este grande de las Letras.

En la vasta obra de José Lezama Lima es en el ensayo“A partir de la poesía” –que aparece en el libro La cantidad hechizada- donde el autor acuña un término que define toda una presencia de lo cubano: el ángel de la jiribilla. En el habla coloquial cubana, jiribilla tiene varias acepciones pero siempre relacionadas con el movimiento: picardía, actividad intensa, no puede estarse tranquilo, tiene mucha sal, alegre, simpático, chispeante, brillante. Cubanísimo. Es muy importante la noción que Lezama introduce con su ángel de la jiribilla porque está planteando un asunto muy cubano con connotaciones católicas. No es cualquier ángel sino el autóctono que está lleno de estas características propias de nuestra identidad .Lezama inventó un ángel cubano que significa la esencia de la cultura cubana, que se mueve de un registro a otro, de lo popular a lo culto, dando el carácter de la idiosincrasia y el mestizaje.

Porque el ángel huele a hojas de tabaco y es azul de casa pinareña; asombro que encuentra el círculo del cocuyo en la noche. El ángel muestra la luz de un pueblo en la tierra, con su ojo de buey y su vitral; jiribilla, parte de la tradicional resistencia de la familia cubana -la familia, dividida desde siglos anteriores e irremediablemente separada ya en ese enero de 1960, cuando escribe Lezama su texto-; ángel también que se convierte en la iguana del taíno. Ángel cubano, en esta increíble presentación lezamiana, donde “la única certeza se engendra en lo que nos rebasa” Ángel que nos cobija, junto a la Caridad del Cobre: “Ángel de la jiribilla, ruega por nosotros. Y sonríe. Obliga a que suceda. Enseña una de tus alas, lee: Realízate, cúmplete, sé anterior a la muerte. Vigila las cenizas que retornan. Sé el guardián del etrusco potens, de la posibilidad infinita. Repite: Lo imposible al actuar sobre lo posible engendra un posible en la infinidad. Ya la imagen ha creado una causalidad, es el alba de la era poética entre nosotros.”